La intromisión de la palabra: escritura, visión de mundo y realidad en «Madame Bovary»

Por Daniel Rojas

 

     Madame Bovary  fue escrita por Gustave Flaubert, quien la publicó, primero, en forma de entregas en la La revue de Paris a lo largo de 1856; más tarde, en 1857, el texto reaparece como un libro propiamente tal. Esta novela se centra, en un primer momento, en  la infancia y adolescencia de Charles Bovary. De ahí en adelante lo acompañamos a lo largo de sus estudios de medicina en Ruan, sus primeros años ejerciendo la profesión en Tostes y un matrimonio llevado a cabo por conveniencia, hasta que, finalmente, aparece la genuina protagonista del relato: Emma. Charles conoce a Emma tras la muerte de su esposa. Al cabo de un tiempo, se casa con ella. Más adelante, las dificultades comienzan a deshilvanarse, porque Emma está colmada de fantasías románticas, a propósito de diversas lecturas que gestaron y alimentaron su imaginación, fantasías que el matrimonio con Charles en ningún caso cumplen. Por esta razón, es que ella se verá involucrada en mentiras, engaños e infidelidades con las que busca satisfacer sus anhelos. Todo esto devendrá en unas circunstancias adversas para Emma, que a su vez redundarán en un amargo final para ella, Charles y la hija de ambos.

     Madame Bovary constituye, así, un ejemplo paradigmático de cómo la palabra escrita incide en el mundo. Aparentemente, los relatos, novelas, ensayos; pueden resultar inocuos en términos pragmáticos: sus efectos no trascienden los lindes de la mente en que se desenvuelven. Sin embargo, precisamente porque se desenvuelven en una mente, la lectura no es inocente. Ella contribuya a delinear los contornos de nuestros pensamientos, creencias e intereses. Este conjunto, a su vez, se traduce o puede traducirse en un actuar concreto. En el caso de Emma Bovary, ella anhela vivir una existencia semejante a la de las mujeres presentes en sus lecturas:

     «Entonces recordó a las heroínas de los libros que leyera, y la legión única de aquellas   mujeres adúlteras comenzó a cantar en su recuerdo, con voces hermanas que la seducían. Ella misma se convertía en una parte real de aquellas imaginaciones y, creyéndose el prototipo de la enamorada que tanto había envidiado, realizaba el prolongado sueño de la juventud».* (Flaubert 176)

     Al respecto, Vargas Llosa señala: «Un elemento dramático constante en la historia de Emma es la pugna entre la realidad objetiva y la subjetiva. Emma no las diferencia, sólo puede vivir la realidad ilusoriamente, o, más bien, vive la ilusión, trata de concretarla» (64). Al trazar la historia de Emma, Flaubert conduce nuestra atención al influjo que ejerce la palabra escrita y, de esta manera, nos obliga a detenernos para observarla con cuidado. A través de esta operación se suscita la singularización que nos otorga «una sensación de los objetos como visión y no como reconocimiento» (Shklovski 60), en este caso, una plena conciencia de lo que implica o supone la lectura. En ningún caso Flaubert es el único que nos induce a esta percepción. Antes que él, Cervantes en el Quijote y, de manera posterior, Borges con «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius».

     Sin duda, resulta fácil distinguir la actualidad que comporta Madame Bovary. El efecto que suscitan en Emma las novelas es homologable al efecto que, quizá, genera en nosotros la multiplicidad de estímulos que provienen de la publicidad y la prensa a través de diversos medios —televisión, radio, internet—. En relación con esto, en La fábrica de la infelicidad,Berardi indica que

     «Es cosa archisabida que el discurso publicitario se funda sobre la creación de modelos imaginarios de felicidad con los que los consumidores son invitados a conformarse. La publicidad es producción sistemática de ilusión y por lo tanto también de desilusión, de competencia y, por tanto, también de fracaso, de euforia y, por tanto, también de depresión. El mecanismo comunicativo de la publicidad se funda sobre la producción de un sentido de inadecuación y sobre la llamada a un consumo que permitirá volverse adecuados y hacer real por fin aquella felicidad que se escapa».* (50)

     Desde mi perspectiva, Madame Bovary opera entonces como una advertencia, consejo o premonición: es la invitación a ser críticos. Tal vez, de la misma forma en que algunas personas ponen atención a lo que comen —contando calorías, averiguando la procedencia de los alimentos, privilegiando los huevos de gallinas felices—, debiésemos vigilar lo que nos perfora el cráneo y se nos instala en la cabeza. Y no, en ningún caso se trata de censurar lo que circula a través de los distintos medios. Se trata, simplemente, de tener cuidado antes de dar por sentado cualquier asunto.

 

 

 

*Las citas, si bien responden a un sistema definido de citación, fueron editadas debido a las opciones de edición que permite esta página. Es por ello que las citas de más de cuatro líneas se encuentran con comillas.

 

 

 

Referencias bibliográficas

Berardi, Franco. La fábrica de la infelicidad. Madrid: Traficantes de Sueños, 2003.

Flaubert, Gustave. Madame Bovary. Madrid: Edimat, 2014.

Schklovski, Viktor. “El arte como artificio”. Teoría de la literatura de los formalistas rusos. Trad. Ana María Nethol. Tzvetan Todorov, ed. Buenos Aires: Siglo XXI, 2004. 55-70.

Vargas Llosa, Mario. La orgía perpetua. Fluabert y Madame Bovary. Madrid: Punto de Lectura, 2011.

 

 

 

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